Charles Handy desarrolló en su obra, “Los dioses del management”, una analogía entre el comportamiento de algunos dioses griegos con los diferentes estilos de management que las empresas, según el rubro al que reportan, tienen y deben tener. Más allá de de los detalles de esta obra tan interesante, para abordar la reflexión que aquí nos ocupa, me interesa resaltar el hecho de que Handy, al igual que Carl Gutav Jung (como tantos otros) encontró en estas figuras tipos que sellan patrones, “arquetipos” que insinúan significados y nos orientan en modos y métodos tan antiguos como esenciales y vigentes.
Volcados hacia la luz de distintas disciplinas, las señas que dejan estos saberes metafóricos, no sólo iluminan los estadios de la religión sino que también pueden servir para navegar los mares volátiles del mundo empresarial.

Tan difícil como dar lo que no se tiene es poseer lo que no se controla: los números son mapas imprescindibles para la gestión.

Moverse en la vida real argentina implica, hoy, levantarse y contar como contaba Hércules las cabezas de la Hidra de Lerna de la mitología griega, sobre cuyo número de cabezas nunca hubo consenso. Llama la atención que el dólar sea verde y se muestre con diferentes rostros. La optimización del rendimiento de recursos es una búsqueda ancestral, presente y futura.
Desde el libro de los muertos tibetano hasta los famosos textos de las pirámides advierten de la importancia de no vivir distraídos. Mirar bien para reconocer a los demonios que acechan es una necesidad de primer orden. Ver o no ver. Esa es la cuestión. La ceguera, en ciertas culturas donde se la apreciaba como el don de los dioses, no implicaba no ver sino que invitaba a ver más adentro; más allá de lo evidente. La ceguera de los sabios era la posibilidad de dejar de idiotizarse con las sirenas de lo cotidiano y atender el rumbo de la deriva. En ninguno hay premios para desentenderse del devenir.

No hay otro camino que el de confrontación con la realidad. Atravesar la castración simbólica, dice el psicoanálisis, es el deber de toda cura. Psique, la princesa llamada a recuperar a Eros, el dios de la pasión, debe ordenar cada semilla del infinito granero donde fue arrojada. Los tibetanos meditan para aprender el nombre y las características de los demonios que los encantaran en la vía hacia el nirvana y hasta el Dios cristiano dialogaba con los espíritus inmundos “porque eran muchos”.

No hay otro camino que confrontar la realidad: siempre parece mejor saber que no saber

¿Por donde empieza el management? No hay una sola respuesta y sabemos que el mapa nunca es el territorio. Pero qué capitán no valora los mapas de las rutas marinas que va a recorrer. Las cartas de los océanos se van corrigiendo y moviendo como las dunas del desierto. Porque el viento las mueve. Y siempre parece mejor saber que no saber.
Chronos come a sus hijos. Este dios no solo es el tiempo también es la cantidad, el número, contracara del dios Kairos, la divinidad cualitativa de la realidad. El único hijo que no es devorado es Zeus por enfrentarlo. Ver es una obligación. Toda deidad afronta esta tarea. Y una empresa no está exenta de ella.

La espiritualidad hindú lo vio. La correcta administración es un deber cósmico, comunitario e individual. Cuando esta espiritualidad ancestral da cuenta de los 4 pilares sobre los que se sostiene la plenitud del hombre, dice que una de ellas es la realidad material concreta. Su soslayo rara vez conduce a la abundancia.

St. Exupery ilustró de forma muy vívida la diligencia: la salida del pecado de la pereza. Nos mostró en “El Principito” que atender las cuatro responsabilidades de su pequeño planeta impedían que la maleza lo ahogara, y que los volcanes eruptaran. Tan difícil como dar lo que no se tiene es poseer lo que no se controla. El que tenga oídos que oiga.